La distribución comercial minoritaria en España esta basada en la fuerza de sus más de 600.000 establecimientos en los que trabajan un millón setecientas mil personas. Desgraciadamente el censo decae en proporciones alarmantes. Pero son muchos los que aguantan a pie firme y seguirán prestándonos – a pesar de todo- su inapreciable servicio.
En Cataluña nos dan un ejemplo de mantenerse de pie ante el acoso. La Generalitat ha frenado siempre lo más que ha podido la implantación de grandes superficies (especialmente en Barcelona ciudad) mientras ha mimado con exquisitez “als botiguers” (los tenderos). Por ello, no debe extrañarnos que los establecimientos minoristas superen allí, con mucho, a la media de todo el país. Resistir es vencer debe ser su consigna. En la medida que fuera posible, el pequeño comercio debiera intensificar el asociacionismo en cadena voluntaria e incluso creando agrupaciones de compras y con imaginación llevar a cabo una publicidad colectiva exponiendo las bondades del comercio de cercanía. . .
Las pequeñas tiendas, con su sola presencia revitalizan los centros urbanos donde se ubican, propician a los propios vecinos un plus de luminosidad y atractivo global que dejaría de existir si desaparecieran de sus calles la iluminación de sus rótulos y escaparates. Sin este gran atractivo, el paulatino deterioro de la vía pública sería una desagradable realidad, derivando con ello a un incremento de la inseguridad ciudadana. Esto, que aparentemente parece insignificante, adquiere un enorme valor si se reflexiona al respecto.
En cuanto a los “hiper”, se ha dicho en repetidas ocasiones que los “gigantes” pueden terminar devorándose unos a otros. En estos momentos muestran sus pies de barro y sufren las consecuencias de la recesión en la distribución comercial. En los últimos tiempos, no hacen más que intentar la salida de la difícil situación que atraviesan, bien sea con esa gran incógnita de las “marcas blancas” que nadie sabe de su procedencia. (El Gobierno central ha dispuesto algunas normas al respecto, en especial con la leche) o intentando bajar más y más los precios de sus competidores para atraer a nuevos clientes. Pero detrás de toda esa oferta aparece la desinformación personal. Difícil, muy difícil resulta encontrar en uno de estos hiper que dicen poco menos lo “regalan todo” a un empleado/a que te asesore adecuadamente. El trato mecanizado e impersonal esta a la orden del día. Ahora se habla de facilitar el pago de manera automática para evitar las colas, y mañana seguirán inventando nuevos métodos para que la clientela no se les escape a la competencia. Mientras este confusionismo esta a la orden del día en el conjunto de éstas multinacionales, el pequeño comerciante permanece agazapado y aún con dificultades aguanta en su trinchera, dando lo mejor de si mismo a sus convecinos, que esos son al fin y a la postre sus verdaderos clientes. Cualquiera puede ver el enorme esfuerzo que hacen modernizando sus pequeños establecimientos y allí, con su mandil blanco, con su simpatía a raudales ofreciéndonos lo mejor de sus productos, están los “herederos” de aquellas tiendas y colmados de antaño.
Yo mismo me percato del lujo que me rodea cada vez que entro en mi carnicería y me atiende con un gran dominio profesional el amigo Eufemio, o cuando me atiende con su señorío y distinción mi paisana Sole enmarcada por aquellas escogidas y variadas frutas de su establecimiento, o la satisfacción que se siente ante la desbordante simpatía y el donaire de Carmen y María José al servirnos sus buenísimos chorizos, longanizas, morcillas y jamones, que son de clase extra y para más orgullo, de procedencia del bajo Aragón. Ante este abanico de atractivo sin par, me convenzo cada vez más de que esto tiene vida propia para largo y sobre todo tradición. Una tradición tan autentica, que siempre que entro en la referida tienda de embutidos, su aroma me retrotrae al colmado del Pedro de mi infancia. Es decir, todo sigue igual aunque nos parezca diferente.
Conclusión: Afortunadamente para la ciudadanía el pequeño comercio esta vivo. ¡Y tan vivo! Ante este futuro esplendoroso solo nos resta decir aquella frase del Cid Campeador al entrar en Valencia y contemplar el vergel de sus fértiles huertas “Larga vida nos de Dios –como dicen los buenos cristianos- para poder seguir disfrutando de todo ello”. Así sea.
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Totalmente de acuerdo, continuar comprando en las tiendas de toda la vida asi como en los Mercados es un placer, además se encuentran productos más frescos, mas baratos y donde el dependiente te informa de tal o cual producto. No tienes que comprar marcas blancas y encima más barato. Lo dicho yo hace tiempo que voy al Mercado y tiendas tradicionales, como complemento tambien tienen productos de MARCAS ORIGINALES.
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