domingo, 19 de junio de 2011

Los viejos aún recordamos a Fraga y su frase "La calle es mía"

Han pasado treinta y cinco años, y aún resuena en los oídos de muchos ancianos la atropellada voz del ministro de la gobernación Manuel Fraga Iribarne, gritando –como un poseso- ¡la calle es mía! tras la muerte a tiros (a manos de su policía “armada”) de cinco huelguistas y herido a varias decenas de ellos a los que obligó a salir de la iglesia de Vitoria en que se habían acogida. Así, de esa manera terrorífica es como Fraga “tomaba la calle”. Esos eran sus métodos.

Por eso, los mayores no podemos dar crédito, a lo que hemos visto estos días, al contemplar cómo miles de jóvenes alzaban su voz contra el cúmulo de injusticias sociales y en donde la respuesta policial ha sido generalmente tranquila, salvo lo ocurrido en Barcelona, que ha venido a ser la excepción de la regla. Aunque es de justicia reconocer la actitud violenta de los “antisistemas” de costumbre, la inmensa mayoría de jóvenes integrados en el 15-M pueden hacer lo que los hoy ancianos no pudimos realizar en nuestra juventud, debido a la implacable represión en que nos tocó vivir. Eso es lo que nos enorgullece a nosotros como sus testimoniales abuelos. Este movimiento que arrastra cada vez a más jóvenes, está intentando tomar la calle bajo la consigna de “sin violencia somos más”, como podía leerse en una pancarta portada por los del 15-M en Valencia, frente al palacio de la Generalitat, cuando protestaban por la toma de posesión del imputado Camps.

Dicho esto y sin olvidar que hoy por hoy, mientras no se cambie la ley que lo ampara, en este país ha de respetarse la Democracia representativa, y que son los hombres y mujeres elegidos en las urnas, la representación –nos guste o no- del pueblo. Sobra pues el arrogarse nadie la potestad de “somos el pueblo” y por ello tomamos la calle. La calle, que nunca se olvide, es de todos, y aunque salgan 50.000 o un millón de “indignados”, no hay que perder de vista que son casi 20 millones los que han depositado –aunque haya sido a regañadientes- su confianza en la Democracia representativa. A esa inmensa cantidad de españoles les pertenece – también- la calle, ya que ésta es de todos.

De cualquier manera, la simiente, la levadura para posibilitar un cambio en la Democracia que nos hemos dado, existe y buena prueba de ello nos la dan los jóvenes pacifistas, que a su vez están siendo respetados (salvo excepciones) por quienes en otros tiempos, con la fuerza bruta, hubieran dicho la baladronada de Fraga de que la calle es mía, y al que se manifieste en tomarla “leña al mono, hasta que reviente”. En eso hemos cambiado como de la luz al día y los más ancianos podemos dar fe de que efectivamente –como decía Alfonso Guerra en el año 82- “España va a dar tal cambio que no la va a reconocer ni la madre que la parió”.

Para lograr que España siga cambiando solo es necesario aprovechar las oportunidades que se presenten, como lo es la que se lleva a cabo por el movimiento del 15-M con el fin último de alzar nuestra voz frente a quienes desde instituciones económicas, corruptas y caducas, intentan arrebatarle a España la democracia desde los Mercados”

El objetivo es difícil de lograr. El NO, puede estar cantado, pero hay que pelear – a calzón quitado, como dice Rajoy cuando se mete con el Gobierno actual, y pensar que nada –por difícil que sea- es imposible de lograr si sobran razones para meter toda la carne en el asador.

¡Torres más altas han sido derribadas! De eso sabemos mucho los viejos del lugar. Hemos sido testigos de tantos cambios en el mundo a lo largo de nuestra existencia, que todo puede ocurrir. Todo, absolutamente todo.

sábado, 4 de junio de 2011

El olvido que seremos



Este titular, que encierra el recuerdo sobre lo que fue la andadura de cada ser humano por esta tierra, es el del libro escrito por el colombiano Héctor Abad Faciolini, quien a su vez lo tomó de un soneto escrito por el premio Nobel Jorge Luís Borges a modo de epitafio.

Aclarados los orígenes de esta acertadísima frase, de la que me he apropiado, me dispongo a llevar a cabo una reflexión sobre el inevitable olvido que recae sobre el común de los mortales, cuyo recuerdo generalmente no va más allá de nuestra cuarta generación. A partir de ahí entramos de pleno en “El olvido que seremos”.

El escritor colombiano transcribe de manera impresionante las claves para prolongar con ello el recuerdo de lo que fue la generosa vida de su padre hacia el mundo de su entorno (no en balde murió a manos de sicarios paramilitares) y el mutuo cariño paterno–filial que ambos se profesaban. Y lo hace con un solo fin, contar lo que fue la existencia de su progenitor antes de que llegue el olvido definitivo.

El libro esta muy bien parido y no tiene desperdicio, aunque lo esencial es lo que todo ser humano conoce sobradamente: el paso a la posteridad solo pertenece a una insignificante minoría, el resto ya se sabe, el velo del olvido que cubrirá su memoria es algo incuestionable.

Quienes hemos superado las ochenta primaveras hemos pensado infinidad de veces la realidad de la reflexión que nos atañe. Queda, sin embargo, la inmensa felicidad de los momentos vividos, entre los que sobresalen los del entorno familiar. Eso es lo esencial, lo que da valor a nuestra existencia, ya que la vida –a pesar de Calderón de la Barca– no es un sueño, sino una auténtica aventura, que con sus luces y sus sombras nos ha colmado de la más grande de las dichas: la dicha de vivir.

Por lo tanto, lo del “olvido que seremos”, a la inmensa mayoría de las personas –entre las que me incluyo– les importa un carajo, ya que lo importante es vivir la vida, lo cual no es poco.

La dulce melancolía de la añoranza de los más allegados hacia quien fue parte de su propia vida, es muy hermoso, pero más lo es –sin duda– el convivir felices y dichosos el presente del que disfrutamos, lo cual, y aún pecando de reiterativo, tampoco es poco.

Dejémonos pues de epitafios moribundos y pongámonos el mundo por montera, repitiendo aquello tan conocido de “que nos quiten lo bailao” añadiendo además la eufórica frase de “a vivir que son dos días” y hay que saber aprovecharlos. Eso es el secreto de la buena vida, ¿no?

Dejemos a los poetas y escritores con sus sentidas genialidades futuribles.

Nosotros, los ciudadanos de a pie, a lo nuestro: a vivir y si es menester gritando desde nuestras entrañas algo tan formidable como lo es el exclamar con fuerza

¡Viva la vida!

La ministra Pajín ante la ley de una muerte digna

Quienes hemos superado los ochenta años, deberíamos darnos cuenta que, por una circunstancias u otras, estamos abocados a una cuenta atrás irreversible.

Esto, que es bueno asumirlo con entereza, quizá para algunos suponga algo inalcanzable, ya que la cuesta abajo de la ancianidad tiene –sin duda– sus dificultades. Esto me recuerda lo que hace 57 años me decía en su consulta de la calle Costa el catedrático don Pedro Ramón Vinos (sobrino del premio Nobel Santiago Ramón y Cajal) con quien tenía cierta relación profesional, cuando me hablaba del envejecimiento y la lucha que manteníamos contra nuestras arterias al llegar a esa última etapa de la vida: “puesto que es fuerza caer, caigamos con dignidad y decoro”.

Para quienes nos percatamos de que hemos vivido un largo trecho en este mundo en el que a pesar de sus luces y sus sombras, hemos intentado emular la longevidad de Matusalén, no ha caído en saco roto las declaraciones de la ministra de Sanidad, Política Social e Igualdad, referente a la Ley de una muerte digna, que se aprobará –según dice– en las próximas semanas, y que vendrá a mitigar los dolores insufribles que padecen aquellos enfermos irreversibles, según el criterio médico, merced a los cuidados paliativos, que garantizarán tanto el derecho de los pacientes para recibirlos, como de los profesionales de la sanidad para administrarlos.

Como en este país ya nos conocemos todos, sabemos que esta nueva ley levantará ampollas y aflorarán los criterios de que se trata de disfrazar un servicio de eutanasia a la carta. Eso, si llega algún día (nunca de mano de la derechona y el Vaticano) ya se debatirá en el Congreso y el Senado, que es la auténtica representación del pueblo. Hoy por hoy –como dice Pajín– la Ley de una muerte digna no regula la eutanasia”.

Esta ministra, a pesar de su juventud e incluso falta de madurez política para encabezar tres altas responsabilidades del Estado, es claro que tiene una virtud especial para sacar adelante –y que se cumplan– leyes tan complejas como la reforma del aborto, que ha provocado el descenso de estos (lo cual ha venido a confirmar la reducción de embarazos no deseados).

Otro tanto de lo mismo ha conseguido en lo referente a la Ley antitabaco, donde ¡por fin! todas las Comunidades Autónomas han garantizado su cumplimiento.

Ese es el único camino democrático: el que no haya diferencias territoriales en temas de vital importancia, como lo va a ser en la referida Ley de la muerte digna.

Es decir lo mismo que me comentó hace más de medio siglo el doctor Pedro Ramón Vinos, cuando profetizó el morir con dignidad y decoro.