Han pasado treinta y cinco años, y aún resuena en los oídos de muchos ancianos la atropellada voz del ministro de la gobernación Manuel Fraga Iribarne, gritando –como un poseso- ¡la calle es mía! tras la muerte a tiros (a manos de su policía “armada”) de cinco huelguistas y herido a varias decenas de ellos a los que obligó a salir de la iglesia de Vitoria en que se habían acogida. Así, de esa manera terrorífica es como Fraga “tomaba la calle”. Esos eran sus métodos.
Por eso, los mayores no podemos dar crédito, a lo que hemos visto estos días, al contemplar cómo miles de jóvenes alzaban su voz contra el cúmulo de injusticias sociales y en donde la respuesta policial ha sido generalmente tranquila, salvo lo ocurrido en Barcelona, que ha venido a ser la excepción de la regla. Aunque es de justicia reconocer la actitud violenta de los “antisistemas” de costumbre, la inmensa mayoría de jóvenes integrados en el 15-M pueden hacer lo que los hoy ancianos no pudimos realizar en nuestra juventud, debido a la implacable represión en que nos tocó vivir. Eso es lo que nos enorgullece a nosotros como sus testimoniales abuelos. Este movimiento que arrastra cada vez a más jóvenes, está intentando tomar la calle bajo la consigna de “sin violencia somos más”, como podía leerse en una pancarta portada por los del 15-M en Valencia, frente al palacio de la Generalitat, cuando protestaban por la toma de posesión del imputado Camps.
Dicho esto y sin olvidar que hoy por hoy, mientras no se cambie la ley que lo ampara, en este país ha de respetarse la Democracia representativa, y que son los hombres y mujeres elegidos en las urnas, la representación –nos guste o no- del pueblo. Sobra pues el arrogarse nadie la potestad de “somos el pueblo” y por ello tomamos la calle. La calle, que nunca se olvide, es de todos, y aunque salgan 50.000 o un millón de “indignados”, no hay que perder de vista que son casi 20 millones los que han depositado –aunque haya sido a regañadientes- su confianza en la Democracia representativa. A esa inmensa cantidad de españoles les pertenece – también- la calle, ya que ésta es de todos.
De cualquier manera, la simiente, la levadura para posibilitar un cambio en la Democracia que nos hemos dado, existe y buena prueba de ello nos la dan los jóvenes pacifistas, que a su vez están siendo respetados (salvo excepciones) por quienes en otros tiempos, con la fuerza bruta, hubieran dicho la baladronada de Fraga de que la calle es mía, y al que se manifieste en tomarla “leña al mono, hasta que reviente”. En eso hemos cambiado como de la luz al día y los más ancianos podemos dar fe de que efectivamente –como decía Alfonso Guerra en el año 82- “España va a dar tal cambio que no la va a reconocer ni la madre que la parió”.
Para lograr que España siga cambiando solo es necesario aprovechar las oportunidades que se presenten, como lo es la que se lleva a cabo por el movimiento del 15-M con el fin último de alzar nuestra voz frente a quienes desde instituciones económicas, corruptas y caducas, intentan arrebatarle a España la democracia desde los Mercados”
El objetivo es difícil de lograr. El NO, puede estar cantado, pero hay que pelear – a calzón quitado, como dice Rajoy cuando se mete con el Gobierno actual, y pensar que nada –por difícil que sea- es imposible de lograr si sobran razones para meter toda la carne en el asador.
¡Torres más altas han sido derribadas! De eso sabemos mucho los viejos del lugar. Hemos sido testigos de tantos cambios en el mundo a lo largo de nuestra existencia, que todo puede ocurrir. Todo, absolutamente todo.
Por eso, los mayores no podemos dar crédito, a lo que hemos visto estos días, al contemplar cómo miles de jóvenes alzaban su voz contra el cúmulo de injusticias sociales y en donde la respuesta policial ha sido generalmente tranquila, salvo lo ocurrido en Barcelona, que ha venido a ser la excepción de la regla. Aunque es de justicia reconocer la actitud violenta de los “antisistemas” de costumbre, la inmensa mayoría de jóvenes integrados en el 15-M pueden hacer lo que los hoy ancianos no pudimos realizar en nuestra juventud, debido a la implacable represión en que nos tocó vivir. Eso es lo que nos enorgullece a nosotros como sus testimoniales abuelos. Este movimiento que arrastra cada vez a más jóvenes, está intentando tomar la calle bajo la consigna de “sin violencia somos más”, como podía leerse en una pancarta portada por los del 15-M en Valencia, frente al palacio de la Generalitat, cuando protestaban por la toma de posesión del imputado Camps.
Dicho esto y sin olvidar que hoy por hoy, mientras no se cambie la ley que lo ampara, en este país ha de respetarse la Democracia representativa, y que son los hombres y mujeres elegidos en las urnas, la representación –nos guste o no- del pueblo. Sobra pues el arrogarse nadie la potestad de “somos el pueblo” y por ello tomamos la calle. La calle, que nunca se olvide, es de todos, y aunque salgan 50.000 o un millón de “indignados”, no hay que perder de vista que son casi 20 millones los que han depositado –aunque haya sido a regañadientes- su confianza en la Democracia representativa. A esa inmensa cantidad de españoles les pertenece – también- la calle, ya que ésta es de todos.
De cualquier manera, la simiente, la levadura para posibilitar un cambio en la Democracia que nos hemos dado, existe y buena prueba de ello nos la dan los jóvenes pacifistas, que a su vez están siendo respetados (salvo excepciones) por quienes en otros tiempos, con la fuerza bruta, hubieran dicho la baladronada de Fraga de que la calle es mía, y al que se manifieste en tomarla “leña al mono, hasta que reviente”. En eso hemos cambiado como de la luz al día y los más ancianos podemos dar fe de que efectivamente –como decía Alfonso Guerra en el año 82- “España va a dar tal cambio que no la va a reconocer ni la madre que la parió”.
Para lograr que España siga cambiando solo es necesario aprovechar las oportunidades que se presenten, como lo es la que se lleva a cabo por el movimiento del 15-M con el fin último de alzar nuestra voz frente a quienes desde instituciones económicas, corruptas y caducas, intentan arrebatarle a España la democracia desde los Mercados”
El objetivo es difícil de lograr. El NO, puede estar cantado, pero hay que pelear – a calzón quitado, como dice Rajoy cuando se mete con el Gobierno actual, y pensar que nada –por difícil que sea- es imposible de lograr si sobran razones para meter toda la carne en el asador.
¡Torres más altas han sido derribadas! De eso sabemos mucho los viejos del lugar. Hemos sido testigos de tantos cambios en el mundo a lo largo de nuestra existencia, que todo puede ocurrir. Todo, absolutamente todo.
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