martes, 30 de marzo de 2010

De los abuelos de ayer a los de hoy

Infinidad de veces he reflexionado sobre la veneración con que los abuelos eran tratados en mi infancia. Aquellos hombres y mujeres eran el epicentro del núcleo familiar. Todo se movía bajo su sagaz experiencia de la vida. El trato, tanto de nuestros padres como los de nosotros sus nietos, no podían ser más respetuoso para con aquella pareja de ancianos. Nos dirigíamos a ellos sin tuteos y para todos, su sola presencia ocupando siempre la cabecera de las mesas a la hora de comer era algo que imponía autoridad. El patriarca marcaba una situación en la que se entrecruzaban un cierto temor y un persistente respeto que hacia inviable el contradecirle, cuando nos mandaba cumplir cualquier cosa. Su sentido común en el decir y en el actuar impresionaba tanto a sus hijos como a sus nietos. Sus mil y un consejos –casi siempre acertados- se escuchaban con el máximo interés.
Impresionaba como en los casos de enfermedad de alguno de ellos, toda la familia en bloque se desvivía a su alrededor a fin de hacerle más llevadero sus trastornos físicos. En aquellos años solo podían recurrir a un buen médico e incluso a un doctor especializado quienes pudieran pagarlo. El resto se las arreglaba con remedios caseros y en caso de gravedad se podía solicitar atención de la llamada Beneficencia Municipal a donde acudían los pobres de solemnidad.
Nuestros abuelos se daban más que por satisfechos con saber que allí, todos como una piña, estaban los miembros de su familia –generalmente muy numerosa- a su lado, hasta que Dios o el destino lo dispusiera.

Con el tiempo todo aquella veneración respetuosa fue deteriorándose, y en ese espejo retrovisor de la vida recuerdo perfectamente el haber visto infinidad de “abuelos” que iban cada mes a casa de uno de sus hijos con su maleta a cuestas. Con ello se quebraba aquel santuario de la familia alrededor de sus mayores de manera inquebrantable. Todavía hoy persiste algo de eso, pero la realidad en esta época es totalmente distinta. Los abuelos del siglo XXI disponen en su gran mayoría de vivienda propia y ayudan a sus hijos en la medida que pueden, especialmente en apoyo de la crianza de sus nietos, esos chavales que sin contemplación alguna, conforme van creciendo les machacan a placer haciendo su propia voluntad. Estos ancianos que son realmente una generación que quiso romper moldes, pasando del exceso de respetuosidad para con sus mayores, a ofrecer la más amplia libertad para todos los miembros de esa familia (ya no tan numerosa como las de antaño) y al final terminan por no haber vivido con total independencia tanto en el ayer como en el hoy.

De cualquier manera y a pesar de los pesares, los abuelos actualmente – cuando pueden- tienen la posibilidad de vivir ampliamente y disfrutar del estado de bienestar, que en gran medida se debe a su trabajo y aportación para hacerlo posible.
Bastantes de estos abuelos se van a los centros de convivencia, a las excursiones colectivas organizadas para Mayores, e incluso – aquellos quienes tienen una economía más aceptable de lo normal- pueden pasar sus vacaciones con el INSERSO en lugares paradisiacos. Y por si faltase algo, no nos olvidemos que cada dos meses tienen que ir a recoger la bolsa “impagable” de sus medicamentos que han prescrito el médico de familia e incluso los mejores especialistas tras haber sufrido una importante intervención quirúrgica en el mejor hospital de la ciudad en que viven. Todo ello y con una pensión mejor para unos que para otros, pero con la que van arreglándose, puede decirse –sin error a equivocarse- que los abuelos de hoy viven más años, por que su vida es más sana en todos los sentidos. Solo algunos echamos en falta el respeto reverencial que se les tuvo a los abuelos en el pasado.
¡Que le vamos a hacer! …la perfección no existe. Pero en honor a la verdad, hay que reconocer que en lo material –al menos en este país- ahora los abuelos no vivimos mal. Ojala en todo el mundo lo vivieran de igual manera. Mejor les iría.
Aquí podemos dar palmas con las orejas con lo que tenemos ¿o no?

lunes, 22 de marzo de 2010

La ancianidad me corroe

Cuando oí a un recién jubilado de 65 años, lleno de vigor y vitalidad plena que la "ancianidad me corroe", no pude ocultarle mi discrepancia ante tamaña barbaridad. Con mis casi quince años de diferencia intenté transmitirle algunas de las ventajas que a partir del momento en que recibiera su primera pensión, la cual dicho sea de paso no es de las calificadas como mínimas, si no todo lo contrario, podía de hecho permitirse un futuro placentero. El considerarse "un anciano" sin serlo, era lo primero que debía erradicar de su mente. A partir de ahí y ya con los hijos y nietos que tiene la fortuna de que le alegren esa vida monótona, que se le viene encima de ahora en adelante, en su cotidiana nueva vida de no saber que hacer, es algo que nada tiene que ver con la realidad. ¡Mucho cuidado con esa forma tan negativa de pensar! le dije, y por añadidura, aunque de forma brutal, le increpe a que era necesario levantar el ánimo de ese estado deprimido y que por ese derrotero -equivocado a todas luces- no se iba más que a donde crecen las margaritas. Es más, le dije bien claro que a lo largo de mis años de jubilación me había encontrado con casos de individuos que al faltarles -como el aire que respiran- sus habituales actividades profesionales, no llegaron a la plena ancianidad y se quedaron en el camino.

Mi interlocutor enmudeció de repente ante mi acoso verbal en el que le dejaba bien patente que la ancianidad hoy en día es un paso histórico, ya que afortunadamente somos muchos más los que disfrutamos en el supuesto ocaso de nuestras vidas que los que por desgracia sufren y hacen sufrir por motivos de su quebrada salud. La actual generación de octogenarios -independientemente de algún que otro achaque- es la mejor atendida y la que desde su almena de los años vividos, le hace ver con nostalgia el ayer, pero disfrutando también anticipadamente lo que le espera en el mañana. La ancianidad es un don inapreciable, y por eso hay que saberla vivir con alegría. Si alguien se encuentra descentrado con esa nueva vida que supone pasar de la actividad al sosiego y ello le corroe es por que en definitiva es un pobre de espíritu. Y ante esta situación hay que levantar la cara y echarle "reaños" a la nueva vida y hacer de ella una buena vida.
Ese es el secreto. A mal tiempo buena cara y "pelillos a la mar" que dicen los castizos.

viernes, 12 de marzo de 2010

Una cosa tenemos muy clara los mayores y es que sabemos que nos vamos a morir

Este titular lo he usurpado parcialmente de lo dicho por el profesor de la Universidad de Zaragoza don Ángel Sanz en la conferencia que ofreció en la sede de la FABZ (Federación de Asociaciones de Barrio de Zaragoza) con motivo de la celebración del día del mayor. La frase inicial se completa con lo siguiente..."estad tranquilos, un día u otro nos vamos a morir y dejaremos de costar tanto como se piensa.

Las reflexiones del profesor Sanz son dignas de ser conocidas y por ello me he permitido hacrme eco de gran parte de lo expuesto por él, en mi columna habitual sobre mayores del periódico "CRONICA DE ARAGÓN" y que para que puedan ojerlas los lectores de mi blog no tienen más que buscar en las siguientes páginas:
http://www.cronicadearagon.es/wordpress/?p=9453
http://www.cronicadearagon.es/wordpress/?p=10337

Todo su contenido, referente al hoy y al mañana de los mayores es francamente muy aleccionador, merece la pena echarle un vistazo.

lunes, 8 de marzo de 2010

"Amigos a domicilio"

Con ese entrañable titular, hace unos momentos que tenido la satisfacción de ver un programa televisivo del canal 9 en el cual un grupo de personas del pueblo valenciano de Mislata (localidad, definida hoy en la práctica como un barrio de la capital levantina con una población superior a los 50.000 habitantes) se dedican a llevar a cabo en su localidad, de una manera periódica, visitas a vecinos con dificultades físicas y problemas de soledad, mostrando con ello un afecto especial y mostrándose como lo que realmente son, es decir como unos buenos "amigos a domicilio".

Quienes por nuestra edad vamos conociendo el semi-olvido que sufrimos ante un real alejamiento de quienes considerábamos haber compartido gran parte de la vida, valoramos en gran medida ese comportamiento de quien llega a la casa con el único benefactor objetivo de ofrecer su compañía. Posiblemente en la mayoría de casos sean estos los auténticos "amigos para siempre" a la que hace alusión aquel cantar que alcanzó fama allá por el año 1992.

He podido contemplar en el aludido reportaje televisivo, como se llevan a cabo esas visitas y el grado de compenetración que alcanzan ambas personas. Era una gozada ver como se intercambian fotografías de sus años mozos, como se deleitaban en sus charletas mientras tomaban el café de la sobremesa. Ha sido en verdad un libro abierto de personas que sin conocerse en absoluto, han pasado como por arte de magia a ser incluso confidentes de sus propias andaduras individuales a lo largo de sus muchos años de existencia.

Sin duda, hay gente buena en el mundo que son felices convirtiéndose en portadores de la mayor de las felicidades; la amistad sincera.
Ello no tiene precio. Y más si ocurre en el ocaso de la vida.
Bienvenida la iniciativa de esos "amigos a domicilio". Bienvenida.