lunes, 22 de marzo de 2010

La ancianidad me corroe

Cuando oí a un recién jubilado de 65 años, lleno de vigor y vitalidad plena que la "ancianidad me corroe", no pude ocultarle mi discrepancia ante tamaña barbaridad. Con mis casi quince años de diferencia intenté transmitirle algunas de las ventajas que a partir del momento en que recibiera su primera pensión, la cual dicho sea de paso no es de las calificadas como mínimas, si no todo lo contrario, podía de hecho permitirse un futuro placentero. El considerarse "un anciano" sin serlo, era lo primero que debía erradicar de su mente. A partir de ahí y ya con los hijos y nietos que tiene la fortuna de que le alegren esa vida monótona, que se le viene encima de ahora en adelante, en su cotidiana nueva vida de no saber que hacer, es algo que nada tiene que ver con la realidad. ¡Mucho cuidado con esa forma tan negativa de pensar! le dije, y por añadidura, aunque de forma brutal, le increpe a que era necesario levantar el ánimo de ese estado deprimido y que por ese derrotero -equivocado a todas luces- no se iba más que a donde crecen las margaritas. Es más, le dije bien claro que a lo largo de mis años de jubilación me había encontrado con casos de individuos que al faltarles -como el aire que respiran- sus habituales actividades profesionales, no llegaron a la plena ancianidad y se quedaron en el camino.

Mi interlocutor enmudeció de repente ante mi acoso verbal en el que le dejaba bien patente que la ancianidad hoy en día es un paso histórico, ya que afortunadamente somos muchos más los que disfrutamos en el supuesto ocaso de nuestras vidas que los que por desgracia sufren y hacen sufrir por motivos de su quebrada salud. La actual generación de octogenarios -independientemente de algún que otro achaque- es la mejor atendida y la que desde su almena de los años vividos, le hace ver con nostalgia el ayer, pero disfrutando también anticipadamente lo que le espera en el mañana. La ancianidad es un don inapreciable, y por eso hay que saberla vivir con alegría. Si alguien se encuentra descentrado con esa nueva vida que supone pasar de la actividad al sosiego y ello le corroe es por que en definitiva es un pobre de espíritu. Y ante esta situación hay que levantar la cara y echarle "reaños" a la nueva vida y hacer de ella una buena vida.
Ese es el secreto. A mal tiempo buena cara y "pelillos a la mar" que dicen los castizos.

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