Afortunadamente vivimos en un país, en el cual el control médico a las personas de avanzada edad es muy notable. Quizá sea esta la clave de que hoy por hoy somos el segundo país del mundo -tras el Japón- con mayor número de ancianos. Eso es bueno y debemos congratularnos por ello.
Los médicos y el personal sanitario en general nos dan un trato exquisito y en ocasiones con más paciencia que Jop para soportar nuestros reiterados lamentos en los que pretendemos exponer los achaque propios de la edad.
Si ese constante control que recibimos de los profesionales sanitarios, imagenense lo que supone tener una hija médica, como es mi caso. El seguimiento es constante, dado el cariño filial y sus desvelos por tener a sus padre como un pincel. El marcaje perfecto a que nos somete a todas horas alcanza lo puramente médico. El reclamarnos que prestemos la máxima atención a los peligros de los golpes de calor y el aprender a evitarlos es una constante en estos días del cálido verano que sufrimos. Las revisiones para detectar cualquier anomalía en evitación de males mayores son aspectos de reiterada recomendación. Del colesterol, la hipertensión, el rutinario tratamiento con el Sintrón, la exigencia de llevar a cabo el paseo diario, y la recomendación de tomar mucha fruta y poca grasa, es la canción de todos los días.
Cuando me detengo a reflexionar sobre la "matraca" que he de soportar -sin decir ni pío por mi parte- sobre las diversas recomendaciones referentes a lo que hay que hacer y lo que no debo hacer, llego a la conclusión de que merece la pena tomar buena nota y cumplirlo todo a rajatabla, ya que a fin de cuentas todo ello es beneficioso para mi salud. Esto mismo (aunque sin tanta insistencia) es lo que los millones de ancianos de todo el país reciben de sus médicos y especialistas. Nada mejor que seguir sus consejos al pie de la letra. Con ello, solo cabe esperar un factor positivo: Larga vida y una vejez resistente a prueba de bomba. Así sea.
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