"La Biblia", fundamento de la Era Judeo Cristiana, nos muestra grandes y elogiables líneas a seguir en su contenido. La segunda parte (el Nuevo Testamento para los cristianos) rompe amarras con lo anterior en su referencia a la venganza por el admirable principio de "amar al prójimo como a tí mimo". Queda por lo tanto fuera de lugar - para los cristianos- aquello del "ojo por ojo".
Viene esto a colación, por la actitud miserable y anticristiana del Vaticano, cuando, desde su órgano oficial "L'Obsservatore Romano", repudia en un despreciable ataque al escritor Saramago, en el mismo día en que su cuerpo yacía en espera de sus merecidas honras fúnebres. Acusa a este honorable anciano de haber escrito y reflexionado en reiteradas ocasiones sobre las actitudes negativas de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, acusándole de haber vivido hasta el final de sus días agarrado a su pertinaz fe en el materialismo histórico de Carlos Marx. No contentos con esa repugnante venganza (retomando el "ojo por ojo" vengativo, reprobado por Jesucristo) califica la obra del premio Novel de un constante sentido irreverente, atribuyendole una intención de hacer banal lo sagrado y a la vez le tacha de popular extremista.
Queda fuera de lugar esta actitud manifestada por la cabeza visible de los Católicos. Allá la más alta Jerarquía de la Iglesia con su conciencia. Lo que no admite ninguna duda es que el piadoso perdón tantas veces ostentado por esos autodenominados representantes de Jesucristo en la tierra, han actuada totalmente contraria a lo predicado por ellos. Una vez más han demostrado ser unos "sepulcros blanqueados" o sea, unos hipócritas de tomo y lomo.
Mientras esto ocurría, el mundo de las letras lloraba la perdida de este anciano, que ha pasado a la historia, además de por habernos legado su gran obra literaria, por la intensa lucha llevada a cabo en pro de los desfavorecidos. Ese es el gran caudal que nos deja José Saramago, aquel que nos decía que lo mejor que podíamos hacer era dejarnos llevar por el niño que fuimos. En su caso, un niño que durante años no supo ni leer ni escribir, pero que cuando aprendió a hacerlo, contó verdades sin la menor mota de hipocresía, como han hecho a lo largo de la historia los mismos que ahora han arremetido contra él, cuando ya no puede defenderse con sus escritos, como lo hizo antaño, fustigandoles con el látigo de la honestidad y la certidumbre, como bien han glosado desde todos los rincones del mundo al conocer la fatal noticia de su fallecimiento.
Saramago ha muerto, pero queda para siempre su obra y la memoria de su vida ejemplar. Él sigue vivo aún no estando ya entre nosotros. Ese es el baldón de su gloria, que jamás estuvo presto para lograrlo. Su sencillez y honorabilidad era el manto con que sin desearlo le cubrió a lo largo de su existencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario