Hoy desde mi blog desisto de mi costumbre de incidir sobre la política de asistencia a los "viejos del lugar" de esta ciudad de Zaragoza, en donde cerca del 20 % de sus más de 600.000 habitantes están catalogados de hecho y derecho como personas mayores o de avanzada edad.
Quiero pensar que hay algo que nos iguala a todos los ancianos del mundo mundial. Ese algo, no es otra cosa que el "peso" de los años que irremediablemente se acumula en nuestro cada vez más endeble organismo.
Y no solo me estoy refiriendo a los males comunes que se nos presentan uno tras otro y asistimos impotentes a comprobar que él corazón, deja de ser el potente motor que lo fue durante muchos años y comienza a mostrarnos signos de flaqueza, al igual que ocurre con los pulmones, que han dejad de ser lo que fueron. Y si hablamos de la vista, cada vez más necesitada de las lentes de apoyo, así como las afecciones en la audición, donde muchos soportan una sordera a prueba de bomba, nos daremos cuenta que los años nos van minando por doquier y el "peso" de la ancianidad no solo se refleja en esas piernas más lentas cada día, sino que incluso el cerebro, ese ordenador particular que toda la vida nos ha guiado y nos ha dotado de infinitos reflejos, parece que con los años se va encogiendo y hemos de seguir sin su vigor y poderío.
Siendo toda esta sarta de deficiencias físicas las que día a día nos van pesando más y más en nuestra cotidiana vida, lo que en verdad agrava la época de la ancianidad es el "peso" de la soledad y en ocasiones el abandono más absoluto que padecen quienes llegan a "pasarse" de años, superando los 80 o los 90, cosa frecuente en éstos tiempos. Esa situación, en la que uno va perdiendo amigos, familiares e incluso su entorno cotidiano durante parte de su existencia, que también va demoliéndose al mismo compás que nos vamos cargando de años, es sin duda alguna la peor carga que soportan esos millones de seres esparcidos por los cinco continentes, a los que con todo derecho podríamos calificar como los pacientes abuelos del mundo, que asisten sin apenas rechistar a todos los cambios que va sufriendo su vida y su entorno.
Ese es - repito- el verdadero "peso" de los años
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