miércoles, 24 de junio de 2009

Verano del 37 y otros veranos inolvidables

En aquel verano del 37, cuando España era un río de sangre, los niños eran evacuados de un lugar a otro para preservarnos de aquellos terroríficos bombardeos, así como de la hambruna y toda clase de enfermedades que nos abatían por falta de alimentos y medicinas. Los padres buscaban con ahínco el lugar seguro para sus hijos en esa vorágine provocada por aquella guerra incivil que hizo que los españoles se matasen entre sí.

Yo, a mis seis años fui a parar -con mis hermanos Conchita y Miguelín- a un recóndito pueblecillo valenciano llamado Barxeta (en la comarca de Xativa) el cual dejo en mí para siempre una profunda huella.

Todos los años, con el inicio del verano, mi deseo incumplido es volver a aquel pueblo que me vio crecer en la infancia y más tarde, en la adolescencia, hasta llegar a esa edad tan fascinante que es la primera juventud.

Allí, en aquel - para mí- incomparable paraje con sus montes y valle, sus fuentes, plazas y calles que tantas veces correteé cuando era niño, siempre, años tras año,
me acogían cada verano los miembros de aquella excepcional y numerosa familia de los Tormo y los Segarra, que se volcaron con mis hermanos y conmigo cuando mis padres nos dejaron bajo su tutela en los terribles días de la guerra fratricida.

Afortunadamente en Barxeta no había ni el menor atisbo de esa situación por la que atravesaba el país entero. Aquellas buenas gentes, a las que siempre guardé un profundo afecto, nos trataron como si fuéramos miembros de su propia familia. Hoy a pesar de que apenas queda algún vestigio en tercera generación de aquella excepcional gente, aún sigo conservando una relación fraterna con estos.

Allí, en aquella Barxeta de mis añoranzas, conocí incluso las mieles de mi primer enamoramiento. Me prendé de una jovencita veraneante que con sus encantos y belleza singular me trastornó hasta que un día del verano de mediados de los 40
desapareció de mi vida y de Barxeta sin dejar rastro. Pero aquel sueño fue hermoso mientras duró.

Cuando pienso en aquella maravillosa etapa de mi vida, sólo aspiro a algo imposible, volverla a vivir. El recuerdo - que como dijo nuestro premio Novel Vicente Alxandre- da vida a la vida, quiero pensar que algo parecido les debe ocurrir a los ancianos en general y que su deseo de volver a vivir su pasado - al menos como un sueño- al recorrer cada verano por sus pueblos, regresando a sus raíces, será igual a lo que yo siento - incluso desde la distancia- sobre mis vivencias en mi pueblo de adopción, esa Barxeta que llevo en lo más profundo de mi ser, y que me hace vivir ese idéntico sentimiento de regreso al pasado, ese pasado que comenzó huyendo de una catástrofe y se convirtió en todo un compendio de felicidad en el transcurso de mi vida.

Sin duda alguna, con la llegada del verano la memoria de los ancianos rememorizará -como a mí mismo me ocurre- esos recuerdos imborrables de antaño. En definitiva "Recordar es volver a vivir"

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